El cerebro tiene
la capacidad de leer la mente propia y el mismo circuito neuronal que utiliza
para hacerlo, lo usa para leer la mente ajena.
Tener consciencia de la realidad interna nuestra y de otra persona, son, en un
sentido, actos de empatía.
Esto se ha
denominado “neurobiología interpersonal” y ha surgido cuando la ciencia ha
descubierto el “cerebro social”.
El cerebro social
incluye una multitud de circuitos, diseñados para sintonizar e interactuar con
el cerebro de otra persona.
Un descubrimiento
clave para entender el funcionamiento del cerebro social fueron “las neuronas
espejo” que actúan como un “wifi neuronal” para conectar con otro cerebro.
Este
descubrimiento puede explicar porqué las emociones son contagiosas. En varios
experimentos realizados, se pudo observar lo que sucedía con la emocionalidad
de dos extraños.
Al llegar al
laboratorio, cada uno completaba una lista de verificación de su estado de
ánimo. Luego se miraban en silencio durante dos minutos y a continuación, cada
uno completaba nuevamente la lista chequeando su emocionalidad. Se comprobó que la persona que era más
expresiva emocionalmente transmitía sus emociones a la otra en solo 2 minutos en silencio.
Esto se realiza
por medio de las neuronas espejo.
Por lo tanto, en
cada una de nuestras interacciones hay un subtexto emocional que es sumamente
importante ya que estamos impactando en los estados de ánimo de otras personas
todo el tiempo.
Ahora bien. Una
pregunta interesante es ¿Quién envía las emociones y quién las recibe en estas
interacciones?
-En el caso de
pares, la persona que envía es la que es más expresiva emocionalmente.
-En situaciones
donde hay diferencias de poder (en el aula, el trabajo, la familia, las
organizaciones en general) la persona “con más poder” es el que marca la
emocionalidad para el resto del grupo.
En cualquier grupo
humano, las personas prestan más atención a lo que la persona más poderosa hace
o dice.
Hay estudios que
muestran que si el líder de un grupo está de buen humor o tiene una
emocionalidad positiva, la misma se transmite y contagia a los demás y esa
actitud positiva colectiva mejora el rendimiento del grupo.
Este contagio
emocional funciona automática, instantánea e inconcientemente y fuera de
nuestro control intencional.
Teniendo esto en
cuenta podemos ser conscientes de que, dependiendo de las personas a las que
adjudiquemos algún grado de poder, ellos influirán en nuestra emocionalidad,
sea de una forma positiva o negativa.
En ciertos casos
no podemos elegir a quienes nos lideran pero, al menos, podemos ser conscientes
del efecto que tienen sobre nuestras emociones y, tal vez, podremos
“aprovecharlo” o “minimizarlo”.
Todos somos líderes en
algún lugar ( en nuestra familia, el trabajo, la escuela, el país, el mundo…)
en el día a día, en distintas interacciones personales. Seamos conscientes que nuestra emocionalidad
no solo será percibida por los demás, sino que influirá en ellos de manera
positiva o negativa.
Tal vez podamos
elegir que clase de líderes queremos ser.
Observemos el efecto que distintas personas, sus actitudes, sus palabras, sus
gestos producen en nosotros y que efecto tienen las nuestras en los demás.
Cuando necesitemos
“cargar nuestro tanque” con emociones y energía positiva, tengamos presente que
elegir cuidadosamente a quién y qué queremos escuchar puede ser una gran ayuda
para vivir mejor.