¿Cuándo fue la última vez que entraste a un lugar público y notaste que la mitad de las
personas a tu
alrededor estaban inclinados sobre una pantalla digital,
conectados a otro lugar?
La mayoría de nosotros tenemos conciencia
de las ventajas que nos ofrece el acceso electrónico instantáneo. Pero, qué hay
de los costos que esto implica?
Nuestros hábitos arraigados nos cambian.
Los neurocientíficos dicen que las neuronas que se disparan juntas, se conectan
entre sí, lo que significa que cuando una conducta se repite lo suficiente, las
neuronas que son activadas en ese momento tenderán a hacerlo con mucha
facilidad. Esto muestra cómo las experiencias dejan huellas en nuestras redes
neuronales, un fenómeno llamado neuroplasticidad. Cualquier hábito moldea la
estructura misma del cerebro de manera que fortalezca su tendencia a repetir ese
hábito.
La plasticidad, la propensión a ser
conformada por la experiencia, no se limita al cerebro. Todos sabemos que
cuando llevamos una vida sedentaria, nuestros músculos se atrofian y disminuye
la fuerza física. Lo que tal vez no sepamos es que nuestros hábitos de relación
social también dejan su propia huella física en nosotros.
¿Cuánto tiempo pasas con otras personas?
Y cuando lo haces, estás realmente conectado y en sintonía con ellos? Tus
respuestas a estas sencillas preguntas bien pueden revelar tu capacidad
biológica para conectarte con los demás.
Varias investigaciones han mostrado que
personas que practican algún tipo de meditación o relajación no sólo se sienten más optimistas y
conectados socialmente sino que también alteran una parte clave de su sistema
cardiovascular llamado tono vagal. Los científicos solían pensar que el tono
vagal era bastante estable, al igual que la estatura en la edad adulta.
Estudios recientes muestran que esta
parte del ser humano también tiene plasticidad y es alterado por sus hábitos
sociales.
Para entender por qué esto es importante,
aquí va una explicación simple de anatomía. El cerebro está ligado al corazón
por el nervio vago. Variaciones sutiles en la frecuencia cardíaca revelan la
fuerza de esta conexión cerebro-corazón, y como tal, la variabilidad de la
frecuencia cardíaca proporciona un índice del tono vagal.
En general, cuanto mayor sea el tono vagal,
mejor. Esto significa que el cuerpo está en mejores condiciones para regular
los sistemas internos que lo mantienen saludable, como el cardiovascular, la
glucosa y la respuesta inmune.
Más allá de estos efectos en la salud, el
neurocientífico conductual Stephen Porges ha demostrado que el tono vagal es
fundamental para cosas como la expresividad facial y la capacidad de sintonizar
con la frecuencia de la voz humana. Al aumentar el tono vagal de la gente,
aumentamos nuestra capacidad de conexión,
amistad y empatía.
En resumen, cuanto más en sintonía con
los que nos rodeen estemos, más saludables estaremos. Si no hacemos un
ejercicio frecuente de estas habilidades, esta capacidad de conectar cara a
cara, finalmente nos encontraremos con
que la capacidad biológica básica para hacerlo se ve disminuida.
Como padres en esta era digital, tal vez
deberíamos preocuparnos sobre cómo nuestras propias acciones - como los
mensajes de texto durante la lactancia o
prestar más atención al teléfono que a un hijo - dejan huellas no solo
en nuestros circuitos neuronales, sino, más aún, en los de nuestros hijos;
circuitos que fortalecen o debilitan habilidades esenciales para la vida de
todo ser humano.
Al compartir una sonrisa o reír con
alguien cara a cara, una sincronía discernible surge entre dos personas, como
sus gestos y bioquímicas, incluso sus respectivos disparos neuronales, vienen a
reflejar entre sí. Micro momentos como
estos, en los que una ola de sentimientos positivos fluye a través de dos
cerebros y cuerpos a la vez, desarrollan nuestra capacidad para sentir empatía
y al mismo tiempo, mejoran nuestra
salud.
Si no hacemos este ejercicio regularmente
esta capacidad se marchita. Afortunadamente, la conexión con los demás nos hace
bien y nos hace sentir bien, y oportunidades para hacerlo abundan.
Así que la próxima vez que veas a un
amigo, o un niño, una pareja o alguien que te importe, pasando demasiado
tiempo frente a una pantalla, extiende
una mano e invítalo de nuevo al mundo de los encuentros sociales reales.
No solamente estarás ayudándolo a tener
una mejor salud y habilidades empáticas, sino te ayudarás a ti mismo también.